Cada vez se repite más la pesadilla, es horrenda, no la puedo recordar con claridad, pero sé que es la misma de siempre.
Mi familia y yo nos mudamos a Berlín, porque le ofrecieron un nuevo puesto de trabajo a mi padre; es una mierda, pero no puedo protestar, no hasta el 18 de marzo, que ya cumpliré 18 años y podré irme al fin de esta casa.
Mañana nos vamos, no estoy muy contento, pero creo que es mejor ser optimista, ya que al fin y al cabo esto va a ocurrir.
Es mi primera semana aquí, y ya he tenido la pesadilla 3 veces, cada vez con más frecuencia, me estoy asustando, pero sé que lo que ocurre en mi sueño no puede pasar aquí, o eso creo.
No entiendo a nadie, y en el instituto solo me dedico a jugar al fútbol, que allí es "idioma oficial".
Volviendo a nuestra nueva casa, me he fijado en el escaparate de una tienda de armas a mitad de precio; me ha llamado mucho la intención, pero ni tengo 18 años, ni mis padres me dejarán tener un arma de verdad, otro sueño imposible.
Mi padre no está mucho en casa, por el puto trabajo, pero lo vemos por las noches, mis 2 hermanos, mi madre, mi abuelo y yo. A la hora de la cena estuve hablando con mi hermano, que tiene un año menos que yo; había visto una especie de hospital abandonado, comentamos de que podríamos ir los tres mañana por la mañana, ya que era sábado, y nadie se daría cuenta de nuestra ausencia.
Por fin llegó el sábado, los tres fuimos camino al hospital. Llamé a un amigo del instituto, se llama o Kirck y habla bien inglés, por eso nos podíamos comunicar muy bien.
Cuando ya llegábamos al hospital me entró como un eslcalofrío, una sensación muy rara, como una premonición; tuve la sensación de saber lo que iba a ocurrir, pero no con certeza.
La puerta principal estaba cerrada, suerte que traíamos bates de béisbol y un par de alicates. Reventamos la puerta y entramos con linternas, no nos hacían mucha falta ya que era un día soleado.
Al entrar se desprendió una cantidad importante de polvo del suelo, y cuando se despejó un poco decidimos subir las escaleras hasta el piso de arriba, romper un par de ventanas, hacer una foto y marcharnos.
Pero no fue así, al llegar arriba, al final del pasillo, oímos unos golpes estremecedores. Nos acercamos con cautela y pudimos observar unos contenedores, 2 rojos y 1 negro.
En la parte delantera rezaba: “Elemento 115, prueba radioactiva fallida”.
De allí venían los golpes y gritos; un amigo de mi hermano estaba aterrorizado, propuso irnos de inmediato, pero él quería comprobar qué era lo que había en su interior.
Él, yo y los demás corrimos hacia el contenedor; gritábamos y saltábamos, entonces ese momento me recordé el sueño; entonces supe lo que pasaría después, pero decidí seguir corriendo. Cuando estábamos a 10 metros, los golpes que salían de los contenedores aumentaron, pero seguimos.
Una vez delante le empezamos a dar patadas al contenedor, hasta que se abrió. Todos nos echamos hacia atrás, pero solo unos pasos, como si nos preparásemos para una guerra. Del fondo del contenedor negro (que fue el que abrimos) salieron nigromantes; golpeamos al primero, pero a los 20 siguientes no pudimos, así que corrimos hacia la salida. Ya habían cogido y medio comido a mi amigo, luego a mi hermano pequeño, y luego me encontré solo yo, así que no podía esperar a que llegase el ascensor y decidí que aquello no tenía sentido, salté por la ventana rompiendo los cristales del último piso, el quinto.
Luego oí el despertador, me levanté y me fui al instituto; menos mal que era otra vez aquella pesadila.
Nil Taulé, 3r A