Me gustaría ser como uno de esos narradores en tercera persona. De esos que lo saben todo, absolutamente todo. Saben cuándo una persona está contenta, o triste, o asustada…, son además, capaces de aplicarle adjetivos a todo sustantivo y adverbios a cualquier verbo. De hecho, en esta vida hay gente como los narradores en tercera persona. Son gente estresante, de esas personas que saben dónde estuviste ayer, qué es lo que hiciste; todas tus razones para llorar, y todas tus razones para estar contento…, y si deciden profundizar un poco en el tema, saben tus gustos y tus fobias como si fueran las suyas propias. Hay un punto en el que ya no se soporta más a estas personas.
Yo soy (ahora y siempre) uno de esos narradores en primera persona. Hablo con menos seguridad (utilizo mucho más el parecer ante los dos otros verbos copulativos). Puedo hablar de que ese parecía feliz, o que esa parecía asustada, pero yo, lógicamente, sin ninguna información directa, no puedo saberlo con certeza. En la mayoría de los casos, los narradores en tercera persona no disponen de ninguna fuente de información directa (esta teoría se aplica tanto en las narraciones como en la realidad). Sencillamente, lo saben todo.
Puede que las personas que seamos narradores en primera persona queramos parecernos a las de tercera. Entonces es cuando lo intentamos inventándonos cosas y sucesos, hablamos sin saber, y llegamos a ocultar nuestra identidad. Eso finalmente nos sirve, porque al escribir, el equívoco puede ser esencial para el desenlace. Lo que logramos es quedarnos (o no) con la inocencia de esa persona durante la lectura del texto (si es que hay lector, claro).
En la realidad, fuera de mi delirio de narradores, también puede pasar que los narradores en primera, aspirantes a tercera, intentemos impresionar. Entonces es cuando hablamos sin saber. Yo lo hago mucho. A veces quiero saberlo todo sin saber nada. A alguna persona le suelto algún comentario como “¡Ayer te vi!”. Entonces es cuando, de muchas respuestas, te pueden contestar la más común, que es algo similar a “¿Ah, sí? ¿Dónde?”, o “¡Si ayer no salí!”. Los narradores en primera persona somos un poco así, nos gusta inventarnos las cosas. Nuestro punto fuerte es que tenemos tendencia a pensar y a descubrir, deducir e imaginar las cosas solos.
Los narradores en tercera persona, y gente como ellos, tienden a tener mucha ayuda proporcionada por cierto pajarito. Algunas veces (escasas, muy muy escasas) con nombre identificable. Otras, no. Esos pajaritos son odiosos, suelen ser narradores en segunda persona, de esos que se hablan como tontos a sí mismos, y luego, la mayoría de veces, no se acuerdan (vamos a ser realistas, no quieren admitirlo). Lo mismo pasa cuando cumplen su función de PNI (Pajarito No Identificado), se hacen los suecos de tal manera que al fin y al cabo los pillamos. Además, son unos cotillas, tienen poco criterio y son unos enchufados de los narradores en tercera persona. Me caen mal los narradores en segunda persona deben de resultar muy útiles para los de tercera. Pero como ya he dicho, sólo se dedican a hablarse, preguntarse y contestarse. Me preocupa que yo alguna vez haya asumido el papel de narrador en segunda persona.
Pero hay una cosa que me preocupa aún más. Y es que yo nunca supe dibujar corazones, ni tampoco entiendo qué cabida tiene la razón en esa palabra.
Laerke Saura, 4t B